Nota presentación de Alfonso Otaegui en seminario Sociedad, diseño y tecnología


El jueves 16 de mayo de 2019 a las 17:00 en la Sala de Consejo de Decanato del campus Lo Contador UC, se realizó la segunda versión del seminario SDT de este año académico y la séptima del ciclo de seminarios. En esta sesión, contamos con la presencia de Alfonso Otaegui, doctor en Antropología en la EHESS de París con postdoctorados en la University of California, Berkeley (Fyssen fellow) y Philipps-Universität Marburg, Alemania (Humboldt fellow). Actualmente se desempeña como investigador postdoctoral del CIIR (UC) y además forma parte del proyecto etnográfico multisituado Anthropology of Smartphones and Smart Ageing” (ASSA) de University College London, dirigido por Daniel Miller. El comentario de su presentación, estuvo a cargo de Sebastian Lehuede, PhD Researcher, Department of Media & Communications, London School of Economics

 

El proyecto cuenta con un equipo de diez antropólogos que realizan etnografías simultáneas de 16 meses en un total 10 países, entre los cuales se incluye Chile. El objetivo es realizar un análisis comparativo del impacto del smartphone en la mediana edad a nivel global y considerar las implicaciones para el uso de aplicaciones móviles en saludo (mHealth). Luego de su presentación, abrió la discusión Sebastián Lehuedéperiodista de la Universidad Católica que cursa actualmente el doctorado en “Datos, Redes y Sociedad” en el Departamento de Medios y Comunicaciones de la London School of Economics. Su área de investigación se centra en la dimensión política de los datos, para la cual combina estudios de ciencia y tecnología (STS) y teorías críticas.

 

Alfonso presentó hallazgos de su trabajo de campo en Santiago, titulado “adultos mayores y el smartphone: una inminente migración digital”. Esta problemática se inserta desde una valoración contemporánea a la cultura de la juventud, en la cual se le entrega un estatus al “mantenerse joven”.  Para Alfonso, el desafío de realizar una etnografía sobre smartphones y envejecimiento implica la necesidad de una etnografía offline para comprender el uso online y mundano de esta tecnología. La inmersión en el trabajo de campo llevó a Otaegui a realizar voluntariado en cursos de alfabetización digital, los cuales forman parte de una política pública.  En el trabajo de campo, los investigadores de ASSA se encontraron con una gran diversidad en experiencias de adopción de tecnologías, en definitiva “No hay una vejez, hay vejeces” y diversos factores afectan esta experiencia (como el conocer la simbología de otros dispositivos como el símbolo play, etc.) y diferentes motivaciones para adoptarla.

Si bien, existe una diversidad en cómo llegan al teléfono y esto puede influir en como adoptan los smartphones, en el tiempo se observan ciertos patrones de dificultades, como miedo a romper el teléfono. Esta inseguridad incide en la forma en que tocan y se aproximan al teléfono, aproximación que es diferente en cómo se manipulan otros objetos cotidianos como un auto, donde todas las alternativas posibles se encuentran en el panel de control y a la vista, mientras que en la interfaz de un dispositivo móvil existe una lógica de navegar a través de diversas capas.

En su relato, Alfonso evidencia estas sensaciones a las cuales ha denominado “ansiedades”, donde la información y su uso se convierte en exceso y no se puede completar la cadena operativa. Existe una sensación de perderse en esta navegación. Y desde la cotidianeidad de abrir una imagen -que posee un icono específico para desencadenar la acción- estos migrantes digitales se pierden en la navegación, en el sentido que se encuentran con 5 iconos más que desconocen.  En este momento surgen las ansiedades, y los demás iconos en la pantalla terminan siendo una diversión, en términos de desviarse del objetivo. Además de esta ansiedad, se presentan dificultades con la interfaz táctil, ya que hay dos inputs distintos: touch y long press. A pesar de que manipular un dispositivo con sensibilidad podría incluir cierto nivel de dificultad para una mano que tiembla, existe la duda de poder desencadenar la acción que se desea. Otras dificultades a nivel interpersonal según quienes asisten al curso, es que las personas que por lo general les entregan estos dispositivos, los jóvenes, no tienen paciencia para enseñarles, y en general configuran el dispositivo, pero no enseñan. Estas frustraciones producirían un viejismo introyectado, y el pensar que la tecnología no es para para migrantes digitales, sino para nativos. La sensación de quedarse atrás es recurrente entre los interlocutores.  Otros imaginarios también están en juego, en particular, la idea de que avanzamos hacia una era sin papel, donde se perdería lo concreto. En definitiva, hay una línea muy delgada entre la frustración y el empoderamiento.

Por otro lado, la segunda parte del trabajo de campo de Otaegui, tiene lugar en un centro oncológico del sistema público en un sector de bajos recursos. Este centro, posee enfermeras de enlace, quien sirven de mediador entre el paciente y el sistema médico, y el paciente y su tratamiento. En este contexto, ¿podría WhatsApp ser una aplicación de salud? La respuesta es ambivalente, ya que depende de cómo las personas usen la aplicación para la salud. Es lo que Katherine Pype (2017) llama smartness from below, y que implica el reconocimiento de la creatividad de los usuarios. Una de las primeras ventajas con WhatsApp es que es una aplicación masiva y es la aplicación móvil más usada por adultos mayores.

En el centro oncológico, cuatro enfermeras de enlace gestionan los tratamientos de doscientos pacientes, y desde hace dos años se utiliza WhatsApp como medio de comunicación y gestión. La comunicación a través de esta aplicación ayuda a que pacientes que están pasando por una situación de enfermedad no se trasladen innecesariamente a un centro de salud. También facilita la ayuda para lidiar con los efectos secundarios del tratamiento o avisar de forma rápida cuándo hay una hora disponible para la especialidad que necesitan. Está gestión digital, también implica una vuelta a lo análogo, en el sentido que las enfermeras registran en libros los efectos secundarios de los medicamentos, y también las diversas clínicas y hospitales en los cuales se realizan procedimientos específicos que podrían necesitar los pacientes.

En conclusión, la tarea de los antropólogos para realizar una etnografía de mHealth o aplicaciones de salud con adultos mayores, es generar un relato desde una perspectiva inside del usuario, desde un punto de vista holístico que implica frustraciones cotidianas del uso y una serie de eventualidades e interrupciones que también implican momentos de éxito.

Comentario de Sebastian Lehuede.

Primero que todo, muchas gracias Alfonso por tu presentación. No soy el primero en mencionar lo valiosos que pueden ser los aportes de investigaciones de carácter antropológico como el proyecto Antropología de Smartphones y Envejecimiento Artificial, ASSA por sus iniciales en inglés, en tiempos de big data.

Y es que, a pesar de la contundente evidencia en contra, seguimos reproduciendo el mito de que podemos entender a cabalidad el rol de la tecnología y los medios en la sociedad sin observar su uso cotidiano. En cambio, las observaciones que hemos escuchado hoy nos demuestran que aún queda trabajo pendiente para comprender con mayor detalle qué son los ‘smartphones’, así como también qué hay detrás de la ‘inteligencia’ que se le atribuye hoy a este tipo de máquinas.

En mi breve comentario, intentaré contextualizar el trabajo de Alfonso a la luz del debate en torno a los medios digitales y los datos que se está sosteniendo en el campo de las comunicaciones. Si bien la imagen que es principalmente pesimista, a continuación intentaré mostrar un camino de salida al poner en valor el importante rol que puede tener la alfabetización digital en el contexto actual. Para ello utilizaré algunas de las ideas de Paulo Freire, quien impregnó en su libro Pedagogía del oprimido algunos de los aprendizajes de su trabajo de alfabetización -no digital, por cierto, sino que analógica- en Latinoamérica.

Mis comentarios parten de la base de que la investigación de Alfonso aún está en curso, por lo que, a la luz de los objetivos y la metodología del proyecto en el cual participa, aquí opto por describir cuáles podrían ser algunas de sus eventuales contribuciones.

Las referencias que utilizo no son casualidad. Como Alfonso, me encuentro en la fase final del trabajo de campo de mi tesis doctoral. Sin embargo, ni provengo de la antropología sino que de las comunicaciones. En gran parte, por lo tanto, mi respuesta a la presentación de Alfonso refiere a mis propias inquietudes, sobre todo ahora que me encuentro finalizando mi trabajo empírico y comienzo a poner en diálogo la teoría con el campo.

 

Cambio en la narrativa

Para partir, me gustaría entregar algo de contexto histórico. Porque pareciera ser que nos encontramos en un momento crucial en relación a las tecnologías digitales y los datos.

Todo parece indicar que el tono optimista de empoderamiento, eficiencia y conectividad que marcó la introducción de internet se encuentra en crisis. El año pasado falleció John Perry Barlow, un activista de los protocolos de la web para quien internet significaba “un mundo en el que todos pueden entrar sin privilegios o prejuicios en base a la raza, poder económico o fuerza militar” (1996, par. 7), algo que hoy vemos como, al menos, improbable.

En el caso de Chile, la agenda digital elaborada en 1999 durante el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle aseguraba que la conectividad, comillas, “encierra promesas de prosperidad material, equidad social, revitalización cultural y desarrollo democrático difícilmente imaginables unos pocos años atrás” (Comisión Presidencial, 1999).

Veinte años después, el tono parece ser otro. Según Tim Berners-Lee, uno de los creadores de la web, “la humanidad conectada por las tecnologías web está funcionando como una distopía. Tenemos abuso online, prejuicio, sesgo, polarización, noticias falsas. Hay muchas maneras en las que la web está rota” (Sample, 2018, par. 5).  En materia de políticas públicas, la Agenda Digital propuesta en 2015 durante el gobierno de Michelle Bachelet tiene como primera medida el resguardo de los derechos de las personas a través de nuevas normativas como la protección de datos personales -¡y que aún no tenemos! (Comité de ministros, 2015).

¿Qué pasó, entre medio? Varias cosas. El auge y la caída de la Primavera Árabe, las revelaciones de Edward Snowden, el uso de Twitter por parte de Donald Trump, el escándalo de Cambridge Analytica y el rol de Facebook en la violencia en Myanmar, pueden mencionarse como antecedentes. Además, muchos de nosotros hemos conocido historias de víctimas de hackeo, bullying, misoginia y otros abusos que se dan en espacios digitales.

El imaginario pesimista de internet se ha infiltrado en los medios también, quienes publican periódicamente noticias de muñecos que vigilan o asistentes de voz que registran nuestras conversaciones cotidianas. La Unión Europea adopta regulaciones agresivas y la serie de Netflix Black Mirror ha masificado una distopía tecnológica en la que parecemos perder cada vez más humanidad frente a al poder de los dispositivos inteligentes y las redes sociales.

Ecos en la academia

Y ahora, de vuelta a los que nos convoca, ¿qué ha pasado en la academia? Al menos el campo de las comunicaciones ha hecho eco de este cambio de visión. Si bien ha existido una crítica desde los años noventa a las lógicas de las tecnologías digitales, dos ejemplos de publicaciones recientes intentan destacar la profunda transformación que vivimos y sus impactos negativos en la sociedad. Ambos trabajos se aproximan al problema desde la economía política, lo cual también podría indicar un cambio en el campo de las comunicaciones.

En su libro La era del capitalismo de vigilancia publicado este año, Shoshana Zuboff (2019) argumenta que las transformaciones que hemos vivido en las últimas décadas nos permiten hablar de una nueva civilización informacional. La pregunta que aborda en su libro es si acaso esta nueva civilización será un lugar al que todos podamos llamar ‘hogar’. Cierta nostalgia recorre su narrativa ya que al parecer hemos perdido un hogar o una forma de vivir en la que nuestro día a día -el prepararnos un café o establecer relaciones románticas-, aún no eran utilizadas por empresas para obtener ganancias comerciales. Para ella, el sueño digital original se ha transformado en un negocio que llama capitalismo de la vigilancia. La descripción se vuelve más preocupante en la medida en que Zuboff detalla las dinámicas de este negocio, que, a través de la predicción y pequeños cambios en nuestro ambiente, termina manipulando nuestra conducta hacia fines que no son necesariamente compartimos. En sus propias palabras, “la conexión digital es ahora un medio para los fines comerciales de otras personas” (2019, par. 20).

De manera similar, en un artículo publicado el año pasado, Nick Couldry y Ulises Mejías (2018) utilizan el concepto de colonialismo de datos para referirse a la situación actual. Según dicen, esta dinámica combina “las prácticas predatorias extractivas del colonialismo histórico con los métodos de cuantificación abstracta a través de la computación” (2018, p. 337). Tal como Zuboff, argumentan que estamos frente a una nueva etapa del capitalismo, el cual lleva a cabo prácticas de apropiación y desposesión a través de la extracción de datos. Sin embargo, también van más allá, y aseguran que, si bien en los años noventa y dos mil se hablaba de formas de explotación laboral facilitada por una ‘arquitectura participativa’, esta vez Couldry y Mejías afirman que es nuestra vida, y no sólo nuestro trabajo, la que se ha transformado en materia prima para ser explotada por empresas.

Podría mencionar también el trabajo de Catherine O’Neil (2016), quien utiliza la noción de armas de destrucción matemática, o el de James Bridle (2018), para quien estamos entrando en una nueva Edad Oscura. Sin embargo, lo que quiero ilustrar con los dos ejemplos que mencioné es el hecho de que hoy algunos autores y autoras estén describiendo esta supuesta cuarta revolución industrial (World Economic Forum, 2016), posterior a la digital y en la que los datos y algoritmos se vuelven fundamentales, como una nueva etapa del capitalismo, caracterizada por un tipo de relación instrumental y de manipulación desde las empresas tecnológicas como Facebook y Google, por un lado, hacia los usuarios, por otro.

Mi objetivo al mencionar estos ejemplos no es incomodar a los que estamos aquí y que somos usuarios de las tecnologías digitales. Lo que en realidad busco hacer es, a la luz de este creciente pesimismo, destacar el aporte que pueden hacer estudios como los de ASSA, y específicamente lo que acaba de presentar Alfonso.

Aportes de la antropología y pedagogía

Una de las preguntas constantes de quienes estudian audiencias es qué noción de usuario se moviliza de forma implícita o explícita en ciertos relatos sobre el rol de la tecnología en la sociedad. Una de las principales ventajas de estudios como ASSA es la capacidad de profundizar en torno al rol y agencia de los usuarios en este contexto. El concepto de smartness from below desarrollado por Katrina Pype (2016) y que inspira a Alfonso a elaborar un código de buenas prácticas para el uso de Whatsapp en instituciones de salud, es un buen ejemplo. Al contradecir la idea de que la ‘inteligencia’ es una capacidad intrínseca de ciertas tecnologías, la idea de ‘inteligencia desde abajo’ implica que no podemos completar la historia del rol de los datos y los algoritmos sin observar sus múltiples interacciones con los usuarios. Al dar espacio a la creatividad, se deja de considerar la ‘inteligencia’ como algo dado y, en cambio, lo transforma en un proyecto incompleto cuya trayectoria es multidireccional e imposible definir a priori. De esta forma, es posible observar prácticas y microprácticas que señalan posibles caminos de salida a algunos de los excesos de la dataficación.

En segundo lugar, una importante contribución que podría realizar un trabajo como el de Alfonso tiene que ver con su grupo social de estudio -los así denominados ‘migrantes digitales’- y el rol de la alfabetización digital.

La descripción que he hecho del capitalismo de vigilancia o colonialismo de datos asemeja a lo que hace casi sesenta años Paulo Freire (2005/1970) denominaba deshumanización, la cual, a través de distintos mecanismos, implica la anulación de la voluntad de las personas. Tal como señaló hace cerca de sesenta años, gran parte de esta deshumanización consiste en calificar a ciertos grupos como ‘ignorantes’ por su supuesta falta de conocimiento, haciéndolos dependientes de otros grupos que poseerían la capacidad de solucionar sus problemas. Por lo mismo, y utilizando el lenguaje de Freire, son las y los oprimidos, y ningún otro grupo, los llamados a liderar su propia liberación. Tal como él dice, y aquí cito, “La libertad es adquirida por conquista, no como regalo” (2005, p. 47).

Las así llamadas ‘noticias falsas’ son un buen ejemplo de lo anterior. Los adultos mayores son hoy representados como uno de los grupos más vulnerables a este fenómeno (e.g. Salas, 2019). Algunas alternativas para enfrentar el problema son la regulación del contenido y una mayor atención a las responsabilidades de las empresas tecnológicas. Sin embargo, Freire nos indica que ninguna solución puede ignorar a uno de los principales grupos afectados por estas prácticas. En este escenario, esta solución se alcanzaría no sólo transmitiendo un listado de criterios que permita a los adultos mayores identificar noticias falsas. Al contrario, significaría reflexionar de forma crítica cómo pueden los adultos mayores contribuir a impulsar un cambio más profundo, tomando en consideración los distintos elementos políticos, económicos y técnicos que hacen posible el fenómeno en primer lugar.

La fuerza de Freire hoy radica en entender la pedagogía como un mecanismo clave para atacar el determinismo tecnológico y imaginar que las cosas podrían ser de otra manera. Algo semejante intuyen Couldry y Mejías cuando mencionan el trabajo del sociólogo peruano Aníbal Quijano y su idea de descolonización epistemológica como un posible camino de salida al colonialismo de datos.

Gracias al poder de cambio de la pedagogía, la ‘migración digital’ se puede entender más allá de la clásica definición según la cual un grupo adquiere nuevas destrezas para manejar la tecnología. En complemento a esto, migrar hacia lo digital pasa a significar también abrir la tecnología a cambios ante la llegada de estos nuevos habitantes.

Conclusión

En resumen, durante mi exposición intenté explicar que hoy vivimos tiempos cruciales dada la relevancia que ha adquirido lo que algunos llaman ‘dataficación’. Algunos autores han comenzado a explorar el surgimiento de un nuevo tipo de relaciones caracterizadas por la anulación de la voluntad, apropiación y manipulación de la vida de las personas a través de la recolección de datos y predicciones algorítmicas. Ante este escenario, he recurrido a algunos puntos expresados por Freire para iluminar las oportunidades de iniciativas de alfabetización digital, como la de la investigación de Alfonso, las cuales pueden permitir avanzar hacia la re-humanización y cambio de rumbo de la transformación digital.

Sin embargo, en estas materias es Alfonso el mejor llamado a contarnos si la forma como he descrito el contexto actual tiene alguna relación con lo que ha visto en su trabajo de campo. E imagino que habrán discrepancias. Tal como me comentó hace poco él mismo, la sensibilidad antropológica tiende a ser escéptica de la idea de que las tecnologías introducen cambios profundos. En vez de destacar la novedad, la antropología prefiere observar lo que permanece, exponiendo cómo los mismos roles sociales son llevados a cabos a través de distintos medios. En cierta forma, el lenguaje de Zuboff, Couldry y Mejías justamente ponen en relieve lo que ellos identifican como nuevo y profundamente transformador de la forma como los datos y los algoritmos están siendo utilizados hoy.

Al mismo tiempo, imagino que una de las principales dificultades de la alfabetización digital debe ser la de lidiar con las múltiples expectativas de las personas, especialmente considerando la ansiedad y el entusiasmo que, según constata Alfonso, tienen por aprender a utilizar funciones del teléfono como la cámara de fotos o el mismo Whatsapp. En cierta forma, Freire mira la alfabetización no desde una perspectiva funcionalista sino que social, lo cual, imagino, puede generar inevitables tensiones entre fines pragmáticos y políticos.

Muchas gracias

 

Bibliografía

Barlow, J. P. (1996). A Declaration of the Independence of Cyberspace. Recuperado el 18 de mayo, 2019, de https://www.eff.org/cyberspace-independence

Bridle, J. (2018). New Dark Age: Technology and the End of the Future. Londres, Inglaterra: Verso.

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Comité de Ministros. (2015). Agenda Digital 2020: Chile Digital para Tod@s. Recuperado de http://www.agendadigital.gob.cl/files/Agenda Digital Gobierno de Chile – Capitulo 1 – Noviembre 2015.pdf

Couldry, N., & Mejias, U. (2018). Data Colonialism: Rethinking Big Data’s Relation to the Contemporary Subject. Television & New Media, 20(4), 336–349.

Freire, P. (2005). Pedagogy of the Oppressed. (M. B. Ramos, Trans.) (30th Anniv). Nueva York, Estados Unidos: Continuum. (Trabajo original publicado en 1970)

O’Neil, C. (2016). Weapons of Math Destruction: How Big Data Increases Inequality and Threatens Democracy. Nueva York, Estados Unidos: Crown.

Pype, K. (2017). Smartness from Below: Variations on Technology and Creativity in Contemporary Kinshasa. In C. C. Mavhunga (Ed.), What Do Science, Technology, and Innovation Mean from Africa (pp. 97–116). Cambridge, Massachusetts, United States: MIT Press.

Salas, J. (2019, 9 de enero). ¿Engañan las noticias falsas sobre todo a los más mayores? El País. Recogido de https://elpais.com/tecnologia/2019/01/09/actualidad/1547029983_955487.html

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Zuboff, S. (2019). The Age of Surveillance Capitalism: The Fight for a Human Future at the New Frontier of Power. Nueva York, Estados Unidos: Public Aff